[COLUMNA] Mariana Martínez: La mesa perfecta

Por Mariana Martínez @MyMentrecopas | Viernes, 30 de Diciembre de 2016
[COLUMNA] Mariana Martínez: La mesa perfecta

Este año por primera vez en la historia un vino chileno consiguió tener los 100 puntos, lo logró el Cabernet Sauvignon Chadwick 2014 de Maipo Andes ($450.000 la botella). Un amigo Sommelier lo probó el día de su lanzamiento, servido a la temperatura perfecta, decantado varias horas y en copas de lujo. Le gustó aunque no le sacó lágrimas ni suspiros. Pensó que en 10 años podría ser mucho más impresionante y tal vez estar en su mejor momento. Cosa que ningún experto dudaría de un gran vino.

Pensar en vinos como este, perfectos en esta época del año para quienes tienen el poder adquisitivo como para comprarlos y abrirlos en la mesa- me lleva justamente a eso: a las grandes ocasiones y todas las expectativas que nos creamos, a todo lo que invertimos en torno a ellas para que sean perfectas. Entonces, recuerdo sin remedio, que mis banquetes más inolvidables han sido en los lugares donde menos expectativas tenía al llegar y cuando menos había en mi bolsillo dinero para gastar.

Recuerdo en especial un viaje como mochilera de Zúrich a Atenas, era un viaje de 48 horas en tren-ferri-tren, estaba sola y tenía US$20 para gastar en comida o lo que fuera. En ese entonces no había Euro, sino liras y dracmas. ¡Se me cayó el casete! No había tarjetas de débito, tampoco me habían dado en casa una de tarjeta de crédito x si acaso. Ni soñarlo. Cada peso contaba.

La segunda noche, para el viaje en ferri de Bríndisi a Atenas, me compré una lata de aceitunas, un pan de cáscara dura, una caja de vino y una vela. Me instalé en el rincón mejor protegido del deck del ferri, era invierno y el viento frio entraba por todos lados. No había presupuesto para el camarote obviamente. Con toda mi calma pedí fuego y prendí la vela, saqué las aceitunas y me serví en un vasito de plástico el vino. A quién llegaba le ofrecía un poco de lo que quisiera. Quien llegaba al rincón atraído por la vela sacaba algo de su propia mochila y compartía lo poco que traía. Pronto, sin darnos cuenta, tuvimos entre todos los perfectos desconocidos una gran cena, sentados alrededor de la vela. No les voy a decir que fue el mejor vino de mi vida, pero si uno de los más que recuerdo haber disfrutado sorbo a sorbo.

También recuerdo cuando paseé un año nuevo en Nueva York, con mi mamá, nos fuimos solas y el plan perfecto era después de ir a ver Cat´s cenar algo en algún restaurante cerca de la 5ta avenida. Lo que nunca imaginamos después de salir del teatro, es que la noche del 31 diciembre, el centro de la ciudad se cerraba después de las 10 pm y que nadie podía entrar o salir, y que por supuesto no había como conseguir una reserva en un restaurante si no lo habías hecho con semanas de anticipación. Nos dio las doce de la noche abrazadas muertas de frío, más cómplices que nunca, con un croissant de jamón y queso frío y una Coca-Cola sin gas en el estómago. Creo que es uno de los años nuevos que con más cariño recuerdo.

Para mi importa más el qué, que el cómo. Cada detalle y cariño que pongamos para compartir el momento suma y cuenta más que el bocado más lujoso.

Cuando era chica mi abuelita en Navidad quería servir la mesa en platos de cartón y mamá sufría con la idea. Hoy pienso qué será mejor: dejar que el dueño de casa sea feliz sin lavar platos o tener una mesa con la mejor vajilla. ¿Las copas más lindas o el mejor vino? ¿Ambas cosas o ninguna? Pienso en la cantidad de energía que perdemos en discusiones como éstas, cuando hay varias mujeres organizando la fiesta.

Entonces vuelvo al sentido mismo de reunirnos con amigos o con la familia a celebrar una ocasión especial. Vuelvo al sentido de hacer las cosas por cariño y no por cumplir, a servir lo que podamos, sabiendo que es lo más rico que pudimos hacer con lo mucho o poco que tenemos. Desde ese ferri a Atenas siempre quiero tener una vela, o varias, las que se pueda, iluminando con su calidez el centro de mi mesa. También busco como sea sentarnos alrededor de una sola mesa, si es que podemos inventar una porque no la hay suficientemente grande para todos. Porque la mesa tiene su sentido cualquier día, más uno especial. La mesa, con o sin celulares de por medio, es lo que nos hace mirarnos a los ojos y de verdad compartir una noche, la última y la primera del año unidos, y hacer el momento realmente inolvidable.

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