#AhoraSoyMamá: Cuando llega el momento de la separación

Por Gabriela Ulloa @ahora.soy.mama | Miércoles, 13 de Septiembre de 2017
#AhoraSoyMamá: Cuando llega el momento de la separación

Cuando tuve que buscar sala cuna para mi hijo me volví loca. Literalmente. Siempre me asustó ese momento y me preparé meses antes de lo que correspondía. De hecho, como extendí el periodo de post natal, tuve meses suficientes para buscar el que a mí me parecía el mejor lugar para dejar a mi hijo una vez que yo tuviera que volver al trabajo. Pero con tiempo y todo, fue una locura.

La verdad es que estaba devastada. En primer lugar, no quería volver al trabajo, quería quedarme al cuidado de mi pequeño. Quería ser yo quien le diera su primera comida, quien viera sus primeros pasos, quien escuchara sus primeras palabras. Pero no teníamos más opción. Extendí el tiempo lo que más pude, fui parte de "las primeras veces" de muchas cosas, pero de seguro quedarían muchas más por venir en que yo no sería la primera. Después de casi un año fuera, con un hijo de diez meses recién cumplidos, debía retomar mi vida laboral (y sinceramente no por gusto ni metas personales, sino más bien por temas económicos).

Como no teníamos con quién dejar a nuestro hijo, ningún familiar o persona de confianza que pudiera hacerse cargo de él las largas horas laborales que me esperaban, tuvimos que analizar las opciones. Teníamos dos posibilidades: contratar a una niñera que estuviera en casa y lo cuidara, evitando así los posibles contagios de enfermedades y múltiples bichos que se pegan al entrar a una sala cuna y al estar en contacto con otros niños. O enviarlo a una sala cuna, confiar en su organismo y en los "poderes" de la leche materna y la lactancia extendida. Finalmente, analizando los pro y contras de cada opción, nos decidimos por una sala cuna. Creo que el hecho de saber que habría varios ojos pendientes de mi hijo y una institución de respaldo, me dio más seguridad que una desconocida en casa.

Y la maratón empezó. Recorrí al menos veinte lugares cercanos a nuestra casa. Preguntada TODO. Observaba TODO. Nada me gustaba. Siempre había un "pero". Estaba desesperada. Me transformé en "el chacal de las sala cuna". No contenta con visitar los lugares, conversaba con algunos apoderados que encontraba a la salida, además de googlear reclamos o recomendaciones de cada lugar. Estaba cada vez menos convencida y más confundida, pero el tiempo se acababa y debíamos tomar una decisión urgente.

Finalmente, nos decidimos por el que consideré el mejor de entre todo lo que había visto. Iniciamos un proceso de adaptación en el que exigí ser incorporada. En todos lados me decían que la adaptación era ir dejándolos cada vez un rato más largo, partir con una hora, al día siguiente dos y así ir avanzando. Pero me revelé. Yo no iba a dejar a mi hijo solo con desconocidos ni por cinco minutos. Es por ello que, en contra de todos los estatutos del recinto, durante una semana entré a la sala con mi hijo y me quedé con él TODO el tiempo. Consideré muy importante que él conociera el lugar, a las tías y compañeros, sintiéndose cómodo y seguro. Yo debía estar ahí y mostrarle que yo confiaba en ellos, por lo que él también podía hacerlo. Poco a poco mi hijo fue cediendo y comenzó a adaptarse. Extendimos las horas y empecé a salir de la sala durante periodos cortos. Él reaccionó bien. A la semana siguiente la técnica fue entrar a la sala con él, estar durante quince minutos y luego dejarlo al cuidado de las tías durante toda una mañana. A la tercera semana ya no había opción, yo debía volver al trabajo así es que esos quince minutos de la mañana se transformaron en solo cinco.

Siempre me mostré relajada, tranquila y confiada. De hecho, claro que confiada, de lo contrario no habría dejado a mi hijo ahí. Pero eso no quita que sufrí mucho. Y lloré demasiado. Cada vez que lo dejaba mi corazón se rompía en mil pedazos. Todos los días el camino hacia el trabajo era sinónimo de lágrimas. Y el reencuentro en las tardes una alegría desbordada.

Creo que muchas mamás pasamos por algo similar. Separarse de los hijos no es fácil. Dejarlos todo el día al cuidado de desconocidos es sumamente angustiante. Por ello, creo que es necesario informarse, buscar alternativas, preguntar todas las dudas. No debemos tener miedo, ni vergüenza. Finalmente, una mamá tranquila es igual a un hijo feliz.

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